martes, 15 de marzo de 2011

Potaje al estilo de mi madre

Potaje de mi madre...

... porque en cuestión de potajes no le gana nadie.

La receta de mi almuerzo de hoy es distinta a las que vengo haciendo, por la sencilla razón de que no me he encargado yo de las cosas ni de medir ingredientes, sino que ha sido mi madre la que ha hecho y yo la que se ha limitado a disfrutar.

Por eso, el post de hoy es también distinto, porque no voy a poder describir las cosas "tal y como yo las he hecho", así que lo que voy a hacer es una descripción de lo que me iba trayendo mi madre de la cocina (¡nunca terminaba de sacar platos¡ ¿Habéis visto la peli de Asterix y Obélix, las 12 pruebas? Me recordó a la escena en la que Obélix tiene que comer un montón de platos... ).

Primero:

Veo ante mis ojos una taza de consomé, llena hasta arriba, de un caldo brillante, rebosante de materia grasa. Mi pregunta: "mamá... ¿esto que lleva por dios santo?". "¡Uy pero si no lleva grasa! ¡No le he puesto tocino!". En el fondo del caldo, unos garbanzos y un poco de pasta, de esas conchitas pequeñitas. Al probarlo... mmmmm riquísimo. Los culpables de ese caldo tan rico: pollo, hueso de ternera, jarrete (zancarrón o morcillo, por el norte), puerro, col blanca, apio, nabo, patata y zanahoria. No se puede pedir más.


Segundo:

Me trae el plato más llano de la casa, que era como una fuente de cualquiera de las vajillas de Versalles. En ella, un surtido troceado y en seco de las verduras y la carne que os he dicho antes: un poco de apio, un poco de puerro, un poco de nabo, unas patatillas, un poco de carne de pollo, un poco de jarrete y zanahoria. Todo en una pefecta sintonía, cromática y estética, que claro, imposible decir que no.

Tercero (hay un tercero):

Me sorprende con un montadito caliente de las mismas cosas que he mencionado (nunca unas verduras dieron para tanto), machacadas con un tenedor, puestas dentro del pan y calentado en la sandwichera.


Creo que había pasado una hora desde que este banquete empezó. Aun así, me entró una manzanita de postre, feliz como una perdíz, satisfecha y... fregando todos los cacharros que mi madre había usado para semejante versatilidad de platos. Eso sí, mereció la pena.

¡A hacer caldos todo el mundo mientras nos dure el frío!

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