miércoles, 16 de marzo de 2011

Crema de calabaza y Albóndigas con verduras

Crema de calabaza y albóndigas con verduras...

... porque el naranja me encanta. Y naranja era mi crema y naranja le puse a las albóndigas, de la mano de la zanahoria. Sólo decir que la crema de calabaza la suelo hacer mucho y, para esta, empleé menos ingredientes de los que suelo ponerlo. Sin embargo, ha sido la mejor crema de calabaza, la más rica y sabrosa que he comido nunca. Buenísima y sencillísima. No sé si mis dedos tuvieron ese día la capacidad para añadir lo justo de cada ingrediente o si alguien me tocó con una varita. Pero quedó inexplicablemente rica. Curiosamente, a las albóndigas les pasó lo mismo: no sé si la verdura estaba justamente sofrita o si las albóndigas se amasaron con la proporción ideal, pero sabían a gloria. Mi almuerzo de hoy ha sido totalmente satisfactorio... riquísimo y dulce. ¿Se puede pedir más?


Ingredientes que utilicé:

Para las albóndigas (salen 5 albóndigas)
- 200 gramos de carne picada. Yo usé pollo, concretamente los contramuslos, que suelen tenerlo en la carnicería para picar, y es una parte del pollo más jugosa. Pero, como digo siempre, puede ser la carne que queráis, o una mezcla de carnes.
- Pan rallado.
- 1 huevo.
- Un par de dientes de ajo, de tamaño pequeño.
- Perejil, si puede ser, fresco. Os aconsejo tener una plantita de perejil. No cuesta nada mantenerla y se agadece mucho coger una rama de vez en cuando. El aroma, en cuanto se lavan las hojas, ni siquiera aun picado, es súper intenso y agradable. En lugar de perejil, se le pueden echar otras especias, como orégano, albahaca... al gusto.
- Sal fina.
- Harina (yo uso integral).
- Aceite de girasol.


Cómo lo hice: es muy fácil. En un bol, ponemos la carne con el huevo ligeramente batido por encima. Echamos una pizca de sal, el ajito picado lo más pequeño que podamos y un poco de pan rallado. El pan rallado es para que cojan consistencia. Con la carne de pollo, es muy fácil que salgan demasiado blandas, así que la enriquecemos usando el pan. Empezamos añadiendo como una cucharada. A mi me gusta mezclarlo con la mano: nos las lavamos bien y amasamos la carne con los ingredientes que hemos dicho. Si necesita más cuerpo, añadimos un poco de pan rallado. Yo, con una cucharada, y para esta cantidad de carne, no tuve que ponerle más. Dejamos reposar la masa. Yo la hice por la mañana y la dejé, a temperatura ambiente, tapada con papel film o transparente, hasta que llegó la hora de prepararlas. Para eso, ponemos en una sartén aceite de girasol, la cantidad suficiente como para que, al echar una albóndiga, quede cubierta. Sobre gustos, ya sabéis, pero yo uso aceite de girasol para las frituras... por lo que ya os comenté: el sabor del aceite de oliva, para mi gusto, es demasiado fuerte. Y con el aceite de girasol las frituras quedan más sueltas y menos empapadas. Pero como queráis.
Mientras se calienta bien el aceite, vamos haciendo las bolitas con la masa del tamaño que uno quiera. Las vamos pasando por harina y las vamos poniendo en un colador, donde, con unos golpecitos, como si tamizáramos, le quitamos el sobrante de harina. La misma carne se queda impregnada con la harina que ella misma pide. Así no habrá exceso. Las vamos poniendo en el aceite cuando esté bien caliente y las freímos. Sólo le damos un dorado rápido, pues ya se harán bien por dentro cuando las metamos en el guiso de verduras que vamos a prepararles. Las sacamos del aceite y las ponemos en una bandeja o un plato, preparado con un papel absorbente, y las reservamos. Yo siempre, de las que me salen, suelo reservar algunas así, sólo fritas, sin salsa ni nada, para unos macarrones, por ejemplo. O incluso para comerlas de un bocado... mmmm, riquísimas.

Mientras las tenemos escurriendo el exceso de aceite, preparamos el sofrito para el guiso. Para ello, utilicé:
- Una zanahoria.
- Unos guisantes congelados (sin descongelar). Los eché a ojo, pero la medida podría ser más o menos la de la mitad de un vaso pequeño. Eso también depende de lo que le guste a cada uno.
- Una cebolla pequeña.
- Dos dientes de ajo.
- Una hoja de laurel, cortada por la mitad.
- Aceite de oliva.
- Vino blanco.
- Sal gorda.
- Especias aromáticas: romero y tomillo.

Cómo lo hice: ponemos a calentar, en una ollita, un fondo de aceite de oliva, más o menos un par de cucharaditas pequeñas. Ponemos la hoja de laurel, con el fuego medio. Picamos mientras el ajo y la cebolla. Añadimos el ajo y lo doramos un poco. Cuando esté dorado, añadimos la cebolla y bajamos la temperatura para que poche, ayudándola a sudar con un poco de sal. Yo suelo echarle en este momento las hierbas aromáticas, pero las puedes añadir cuando quieras.
Mientras, pelamos la zanahoria y la cortamos en daditos o cubitos pequeños. Cuando la cebolla esté pochada, es decir, cuando pasen unos 10 minutos, subimos el fuego y añadimos la zanahoria y los guisantes, sin descongelar. Añadimos sal. Removemos bien, con el fuego vivo, creando una costra, que parece que se nos está pegando o se nos está quemando, pero no. Añadimos las albóndigas y seguimos con el fuego alto. En menos de un minuto, todo estará humeante y echa una costrita debajo. Es el momento de echar un chorreón de vino blanco, sin dejar de remover, y se nos hará una salsita. Dejamos unos minutos para que el alcohol se evapore. Cubrimos de agua las albóndigas y las llevamos a hervir. Cuando hiervan, las tapamos a medias (ponemos la tapa de la olla, pero dejamos una esquinita abierta para que respiren) y las dejamos cociendo a fuego medio bajo, una media hora. Pero el tiempo dependerá de la cantidad y, sobre todo, del tamaño: a más gordas las albóndigas, más tiempo y más suavemente van a tener que ir cociéndose.
Yo con media hora, cuarenta minutos, tuve suficiente.

¡Pero hay que hacerle un primer plato a esas albóndigas!

Para la crema de calabaza, exquisita, simplemente usé:
- 400 gramos de calabaza (sin haberle quitado la piel ni las pipas).
- Una patata.
- Una cebolla.
- Sal.

¡Y NADA MÁS!
Como comenté antes, suelo hacerla con más cosas: con zanahoria, puerro y tomate, y un poco de aceite. Pero esta vez no quería hacerla con nada más y el aceite se me olvidó. Creí que saldría más mala, pero... nada... increíble el resultado. Es la muestra de que lo más sencillo es, la mayoría de las veces, lo más sabroso.

Cómo lo hice: ponemos la olla rápida en el fuego, con un fondo de agua (muy poco, un dedo de alto), calentando mientras preparamos los ingredientes. Cortamos la calabaza, le quitamos la piel y las pepitas, y la troceamos en dados grandes (no importa, porque vamos a triturarla después). La echamos en el agua que tenemos calentando. Pelamos la patata y la echamos también, chascándola (esa manera de cortar que consiste en llegar a la mitad con un corte y terminar, no cortando, sino más bien partiéndola haciendo un poco de fuerza con el cuchillo). Pelamos la cebolla y la añadimos, partida por la mitad (si es más grande, pues en cuartos). Añadimos un poco de más agua, sólo un poco, porque la calabaza va a soltar mucha. No hay que curbrir las verduras, sino que sobresalgan. Añadimos sal. Dejamos que hierva y cerramos la olla. La ponemos al 2 y, cuando empiece a salir el vapor, la vamos a tener 10 o 12 minutos, sin bajar el fuego. Cuando pasen esos minutos, la apagamos y la dejamos en el calor de la vitrocerámica. Cuando ya haya dejado de salir vapor del todo, destapamos la olla y contemplamos lo que tenemos... un montón de calabaza cocida, con patata y cebolla... ¡pero no os alarméis! Pronto será una sabrosa crema... Si veis que tiene demasiada agua, quitarle. Es mejor que empiece a salir espesa en cuanto la batamos que que nos salga directamente muy líquida y ya no podamos rectificar. Yo saqué un vaso (que me bebí con gusto). El resto lo pasé a un vaso de batidora y lo batí todo. La textura quedó perfecta, suave y cremosa, más bien espesita pero en crema, no en puré. Y el sabor... súper dulce. Ya os digo. Es la vez que la he hecho más simple y con menos ingredientes y, al mismo tiempo, la mejor que me ha salido en cuanto a sabor y textura. ¡Rozada por la mano de algún santo!


¿Hablamos de nutrición?

Ni qué decir que los dos platos está cargados de nutrientes y de pocas grasas: la crema de calabaza nos va a aportar hidratos de carbono, sobre todo con la patata, que enriquece, no sólo el sabor, sino el valor nutricional. Las albóndigas están llenas de proteínas, de la mano de la carne de pollo, que nos quita la grasa que podría ser añadida si usamos otro tipo de carne (de cerdo, sobre todo). Es verdad que el pan rallado le aporta un poco más de calorías, pero la cantidad es irrisoria. Y la harina, si me hacéis caso y escurris en un colador antes de echarlas a freír, va a ser también muy poca. La fritura nos subirá las calorías, unas 100, pero nos enriquece el plato. El sofrito en la olla de las albóndigas no lleva apenas aceite: sólo un fondo. Las zanahorias nos van a aportar hidratos simples y los guisantes, proteínas aparte de hidratos. No tengáis miedo de usarlos aunque sean legumbres. Usad una cantidad proporcional al plato, teniendo en cuenta los demás ingredientes, y son necesarios, como el resto de las legumbres, si queremos equilibrar nuestra dieta.
De hidratos complejos estamos faltos en este plato, así que vamos a comer pan o picos, preferiblemente integrales para tener nuestro aporte de fibra.

Como veredicto: dos platos sencillos, sabrosos, un poco elaborados (sobre todo las albóndigas), pero que merecen la pena y que no son nada calóricos. ¿500 calorías, como siepre? Creo que sí, que podemos redondear en 5oo o 600 a lo sumo... ¡aunque depende de la cantidad de pan que comáis para acompañar!


Como siempre os digo, animáos a hacerla. No os decepcionará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario